martes, 27 de octubre de 2015

NAMASTE

Quedamos el lunes 26 en Barajas, a eso de las seis-siete de la tarde, para facturar todos juntos el equipaje. Había que distribuir bolsas de medicamentos que no pudimos incluir en el cargo aéreo, considerados “material peligroso”, el material colectivo de progresión y seguridad, las pilas, la comida para el viaje y alguna cosa más. En total, facturams cerca de 200 kg, además de los 200 enviados por cargo con no pocas dificultades para su salida de Madrid, como para su recepción en Kathmandu. La semana pasada, para que no bloquearan la salida del cargo aéreo, retiramos los walkies y el ampulario de emergencias (la medicación inyectable del botiquín de trekking) de los bidones. Por circunstancias poco claras, el envío del material retirado no había llegado a Zaragoza en la fecha prevista. Gracias a Amparo, de Bergareche Nieto, a Chrono Exprés y a Miguel, de Borja, la entrega se realizó cinco minutos antes de que llegara el taxi que nos llevaba al AVE. ¡Un poco de emoción añadida en las horas previas a irse de expedición, mantiene los niveles de cortisol!



Pedro, Marta, Eva, vienen de Andalucía, Paco, de Navarra, Salva de entre Murcia y Cantabria, Alejandro y MªAntonia, de Aragón.  Nos subimos al Boeing 700-300 de EMIRATES para poner rumbo al este. ¡Quién fuera sobrado para volar en primera! Nada tiene que ver hacerse los 6.000 km y siete horas que separan Madrid de Dubai en  clase turista –que no está mal, pero tampoco bien- a hacérselos en primera; las angosturas que terminan haciendo que tengas las rodillas en las orejas y el codo del vecino en las costillas, no facilitan mucho la cosa del sueño reparador. Aunque peor son las siete horas en el aeropuerto de Dubai esperando la salida del avión a Kathmandu. Así que las cuatro horas y media de este segundo vuelo, las hemos dedicado a dormir. Decía Pedro que el aeropuerto de Kathmandu es como el de La Guerra de las Galaxias por lo variopinto y peculiar de los que por él circulan. Se ve gente de los cinco continentes, de ropas y culturas muy dispares, de conductas incluso peculiares.

Y, por fin, Kathmandu. Cuatro años y medio después de la última vez, cuando estuvimos para rodar UN HOSPITAL ENTRE EL CIELO Y LA TIERRA en el valle del Khumbu y Campo Base del Everest. En el Aeropuerto, Luis Angel, de Valladolid y Lucía, de Málaga, nos esperaban con el chófer que nos dejaría en el hotel con todos los petates al completo. Primera fase, superada. 

Nepal, de extensión similar a Grecia, se extiende desde los fríos Himalayas (en sánscrito, “morada de las nieves”) al norte, a las calurosas llanuras colindantes con India, al sur. Se organiza en 14 regiones y 75 distritos o provincias, de las que 21 se vieron afectadas por los terremotos de esta primavera.

El saludo habitual es Namasté, que significa, “saludo a tu divinidad interior”. Los nepaleses son muy tolerantes, pacientes, pragmáticos, acogedores, y de sonrisa amable. En este país coexisten  más de 60 grupos étnicos, con casi 100 dialectos. Es, sin lugar a dudas, crisol de culturas. Los nepaleses perciben lo divino en las personas, los árboles, ríos y montañas; los budistas nepaleses consideran que los dioses son seres vivos y presentes, y por ello, influyen directamente en todos los asuntos humanos. Confiemos en que los dioses estén de nuestra parte, porque nos va a hacer falta.

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